Indianapolis: El Naufragio Secreto y la Tragedia de los Tiburones en la Segunda Guerra Mundial
El océano Pacífico, vasto e implacable, fue testigo de una tragedia silenciada durante décadas. Más allá de la sombra de Hiroshima, una historia de heroísmo, horror y negligencia se desarrolló en las aguas filipinas en el verano de 1945. La historia del USS Indianapolis, un buque de guerra que entregó un componente crucial para la bomba atómica y luego fue hundido por un submarino japonés, es una narrativa escalofriante de supervivencia contra viento y marea, y contra la implacable depredación de los tiburones. Este artículo explora los eventos que llevaron a la pérdida del Indianapolis, la agonía de sus náufragos y las controversias que rodearon el desastre.
El Indianapolis: Un Mensajero de la Era Atómica
El USS Indianapolis, un crucero pesado de la clase Portland, fue comisionado en noviembre de 1932. Durante la Segunda Guerra Mundial, participó en numerosas batallas en el Pacífico, ganando diez estrellas de batalla. Sin embargo, su misión más secreta y quizás más significativa fue en julio de 1945. El Indianapolis fue elegido para transportar las partes esenciales de la bomba atómica "Little Boy" desde San Francisco a la base estadounidense de Tinian, en las Islas Marianas. Esta travesía, realizada en un tiempo récord de diez días, se llevó a cabo bajo el más estricto secreto, crucial para el éxito del Proyecto Manhattan.
La llegada del Indianapolis a Tinian el 26 de julio de 1945, marcó un hito en la carrera armamentista. La bomba atómica, una vez ensamblada, sería lanzada sobre Hiroshima, cambiando el curso de la guerra y de la historia. Cumplida su misión, el Indianapolis zarpó el 28 de julio con destino al Golfo de Leyte, en Filipinas, donde debía reunirse con otras unidades para prepararse para la invasión aliada de Japón. Esta etapa del viaje, sin embargo, se convertiría en una pesadilla inimaginable.
El Ataque y el Hundimiento: Una Medianoche Fatal
El Indianapolis navegaba solo, sin escolta, a una velocidad de 17 nudos. Esta decisión, tomada para acelerar el viaje y mantener el secreto, resultó ser un error fatal. Poco después de la medianoche del 30 de julio, mientras se dirigía hacia Leyte, el Indianapolis fue atacado por el submarino japonés I-58. Dos torpedos impactaron en el lado de estribor del buque, partiendo en dos el casco y provocando una explosión masiva. El Indianapolis se hundió en apenas doce minutos, sumiendo a sus 1.196 tripulantes en el caos y la desesperación.
La explosión inicial causó numerosas muertes, pero alrededor de 900 hombres lograron sobrevivir al hundimiento y se encontraron a la deriva en el mar abierto. La situación era desesperada. Había pocas balsas salvavidas disponibles, y muchos marineros no tenían chalecos salvavidas. Los supervivientes se agruparon en pequeños grupos dispersos, luchando por mantenerse a flote y aferrándose a cualquier objeto que pudiera proporcionarles algo de apoyo.
El Infierno en el Mar: Sed, Deshidratación y Tiburones
Los días que siguieron al hundimiento fueron una prueba de resistencia humana. El sol abrasador, la sed implacable y la deshidratación extrema diezmaron a los supervivientes. El agua salada del mar solo agravaba su sufrimiento. El médico del barco, Lewis Haynes, tomó la desgarradora decisión de quitar los chalecos salvavidas a los cuerpos de los fallecidos para dárselos a aquellos que aún luchaban por sobrevivir. Este acto, aunque pragmático, ilustra la desesperación y la brutalidad de la situación.
Pero la amenaza más aterradora no era la sed ni el sol, sino los tiburones. Atraídos por la sangre, el ruido y el olor de los cuerpos, los tiburones comenzaron a atacar a los náufragos. Loel Dean Cox, un superviviente, describió la escena con horror: "El agua estaba llena de tiburones. Eran como peces en un estanque". Los ataques eran constantes y brutales. Los tiburones desgarraban la carne de los hombres, dejando tras de sí un rastro de sangre y desesperación. Cox relató cómo un tiburón agarró a un marinero a su lado, rugió y luego desapareció en las profundidades.
La falta de comunicación y la demora en el rescate agravaron la tragedia. La desaparición del Indianapolis no se comunicó oficialmente de inmediato, y un mensaje japonés interceptado que informaba sobre el hundimiento fue descartado como una trampa. Esto retrasó la búsqueda de los supervivientes, condenando a muchos a una muerte lenta y agonizante.
El Rescate Fortuito y el Balance de la Tragedia
El rescate llegó por casualidad el 2 de agosto, cuando un avión estadounidense que volaba de regreso a base avistó a los náufragos. La escena que encontraron fue desgarradora: hombres demacrados, quemados por el sol, deshidratados y aterrorizados, rodeados de tiburones. Los aviones lanzaron balsas salvavidas y suministros, y los supervivientes fueron rescatados uno por uno. Sin embargo, para cuando llegó la ayuda, ya era demasiado tarde para muchos.
De los 1.196 hombres a bordo del Indianapolis, solo 316 sobrevivieron. Se estima que alrededor de 150 muertes fueron causadas por ataques de tiburones, lo que convierte a este incidente en el mayor número de muertes registradas en un solo ataque de tiburones en la historia. Las causas de la tragedia fueron múltiples: la decisión de navegar sin escolta, la demora en el rescate y la implacable depredación de los tiburones. La pérdida del Indianapolis fue un golpe devastador para la moral de la Marina estadounidense y un recordatorio sombrío de los horrores de la guerra.
La Controversia y el Legado del Capitán McVay
Tras la guerra, el capitán Charles McVay fue sometido a un consejo de guerra y acusado de negligencia por haber navegado sin escolta y por no haber ordenado a la tripulación que abandonara el barco inmediatamente después del ataque. McVay fue condenado y degradado, y su carrera naval quedó arruinada. Durante décadas, McVay fue considerado un chivo expiatorio, culpado por la tragedia del Indianapolis.
Sin embargo, a medida que pasaban los años, surgieron nuevas evidencias que cuestionaban la culpabilidad de McVay. Se reveló que la Marina había estado al tanto de la presencia de submarinos japoneses en la zona, pero no había proporcionado escolta al Indianapolis. Además, se descubrió que el mensaje japonés interceptado que informaba sobre el hundimiento había sido ignorado por los oficiales superiores. En 2000, el Congreso de los Estados Unidos exoneró formalmente a McVay, reconociendo que había sido injustamente culpado por la tragedia. El legado del Indianapolis es un recordatorio de la importancia de la responsabilidad, la comunicación y la preparación en tiempos de guerra. Es una historia de heroísmo, horror y la implacable fuerza de la naturaleza, que sigue resonando en la memoria colectiva.




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