La pesadilla nacional: Trenes frenados, violencia rampante y la inmovilidad del progreso

En las líneas ferroviarias de todo el territorio nacional, la impaciencia y el tormento se apoderan de miles de pasajeros que aguardan por trenes que avanzan a un ritmo agonizante de 30 kilómetros por hora, una medida de protesta gremial encabezada por La Fraternidad, irónicamente la menos fraterna de las protestas posibles. Los trenes se mueven a la mitad de su velocidad habitual, que de por sí es precaria, castigando a los usuarios con retrasos interminables y la privación de su libertad de movimiento, obligando a los pasajeros a avanzar "a la velocidad que nosotros dictamos", con el consiguiente amontonamiento y el hacinamiento forzado.

Protestas gremiales

La protesta gremial de La Fraternidad ha generado un caos en el transporte público, convirtiendo los viajes en una pesadilla. Los trenes detenidos en la imaginación de los sindicalistas han impuesto una cámara lenta sobre los usuarios, una condena que no da respiro. Esta lentitud punitiva como forma de reclamo refleja un paralelismo con la morosidad deliberada en la aprobación de la Ley Bases, que se eterniza en negociaciones interminables. Es comprensible la necesidad de debatir cada punto a aprobar, pero no lo es tanto postergar sin motivo o impedir por el mero hecho de impedir. La dilación como estrategia contrasta con la urgencia de la sociedad, con alimentos esenciales paralizados en almacenes remotos, esperando ser distribuidos en una emergencia que ya es una realidad palpable y apremiante. Abunda la leche en polvo, vital en estos momentos, bloqueada hasta su posible expiración. El ejército podría distribuirla de inmediato, pero el motivo de su retención sigue siendo un misterio.

Morosidad

El panorama de la paralización estructural en el país se refleja en la inmovilidad de tantos aspectos vitales. Los trenes retrasados desesperadamente complican y demoran todo. Abordar un colectivo se convierte en una hazaña para seguir sufriendo, con pasajeros apretados en latas que envidiarían las sardinas enlatadas. Los que logran evitar el hacinamiento tampoco escapan al miedo, expuestos a la violencia más hostil. La práctica de asaltar en manada, robando las pertenencias ajenas con saña y asimetría numérica, se expande como una plaga, enredándose en la vida cotidiana y derramando sangre. Un policía acabó con la vida de un agresor amenazante que lo acorraló con un cuchillo en la mano, un individuo enajenado que no medía el espanto que provocaba. Una pistola Taser pudo ser una alternativa menos letal que el disparo del agente, pero dadas las circunstancias, aparentemente no había otra opción. ¿Fue ese un remedio? Por momentos, la Argentina sueña como en el cuento de Augusto Monterroso: "Había una vez una mosca que todas las noches soñaba que era un águila y que se encontraba volando por los Alpes y por los Andes". Volamos en las cumbres en sueños, pero en la realidad apenas nos elevamos entre añejas y rancias podredumbres. Soñar no está mal, pero no basta con soñar para transmutarse de inmediato en amos del universo. Las moscas voraces de aquí parasitan el futuro.

Violencia

La violencia que se entreteje en la vida cotidiana de Argentina es un tema ineludible. William Golding, en su imperecedera obra "El Señor de las Moscas", plantea el dilema: "¿Qué somos? ¿Personas? ¿O animales? ¿O salvajes?". Hay que elegir: personas, animales o salvajes. El salvajismo, esa pasión animal por regresar a la ley de la selva de un pasado utópico, reaccionario a todo progreso, se manifiesta en la Argentina como un Transiberiano que nunca llega a Siberia, como un expreso de Medio Oriente que no resuelve los crímenes cometidos en sus rutas míticas. Mientras tanto, en el aquí y el ahora, los trenes siguen a 30 por hora. El futuro es el águila, mientras que las moscas locales zumban sin rumbo fijo, enturbiando la vida de tantos desesperados. No basta con volar soñando, hay que transmutarse de verdad, dejando atrás las moscas parasitarias que obstaculizan el progreso. Debemos elegir ser personas, no animales ni salvajes.

"Te movés a la velocidad que decimos nosotros", proclaman los gremialistas, con el consiguiente amontonamiento vacuno obligado. Viajar en colectivo también fue un martirio, apabullados por la morosidad de los trenes."

"La práctica parece expandirse, así en la Capital como en todas partes. Morderle las propiedades a otro, con toda la violencia y la asimetría numérica, asaltos en manada. La violencia se enreda en la vida cotidiana y la sangre brota."

"Una Taser hubiera sido más justa que el balazo del final policial, pero aparentemente y dadas las circunstancias no había otro remedio. ¿Fue un remedio? Por momentos la Argentina sueña como en el cuento de Augusto Monterroso ‘Había una vez una mosca que todas las noches soñaba que era un águila y que se encontraba volando por los Alpes y por los Andes’. Volamos por las cumbres en sueños pero apenas nos elevamos entre añejas y muy añejas putrefacciones."

"Pero aquí los trenes van a 30. El futuro es el águila, aquí las moscas deambulan rotando por los mismos sitios enturbiando la vida de tantísimos desesperados. No basta con volar soñando para transmutarse ipso facto en Master of the Universe. Las moscas voraces locales parasitan el futuro."

Fuente: https://flipr.com.ar/nacionales/ultimo-momento/clarin/los-trenes-frenados-y-el-tormento-de-todos/

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