Los beneficios de los antisépticos para la salud
A mediados del siglo XIX, los hospitales eran lugares horribles y poco recomendables para someterse a una intervención quirúrgica. La falta de ventilación y la oscuridad reinante eran solo el comienzo de los problemas. Además, las sábanas en las que te acostabas probablemente habían sido utilizadas por el paciente anterior, quien muy posiblemente había fallecido en ellas. Aunque la anestesia se había descubierto en 1846, la mayoría de los pacientes solo se sometían a cirugías como último recurso. Los cortes solían infectarse y los cirujanos consideraban que la presencia de pus era una buena señal, ya que indicaba que la infección estaba localizada y no se había extendido por todo el cuerpo. Por lo tanto, se colocaba al paciente de manera que el pus gotease al suelo. Muy pocos médicos apostaban por una limpieza continua, ya que la mayoría creía en la teoría del miasma. Según esta teoría, la fermentación de la sangre en los cortes infectados producía gases venenosos que se esparcían por la habitación y envenenaban a los pacientes cercanos, quienes contraían enfermedades como el cólera, la viruela o la sífilis. Sin embargo, el cirujano británico Joseph Lister no creía en esta hipótesis. Había leído un artículo de Louis Pasteur en el que defendía la teoría de los gérmenes como origen de las enfermedades, algo que la mayoría de los médicos rechazaban argumentando que "si no puedes verlos, es que no están". Para Pasteur, los microbios estaban por todas partes y sus experimentos demostraban que se podían eliminar hirviéndolos. Como hervir a los pacientes no era una opción, Lister buscó otro método para eliminar los microorganismos patógenos y encontró la solución en el ácido carbólico. Aunque ya se había utilizado para tratar infecciones quirúrgicas sin mucho éxito, Lister perseveró y pudo probar sus métodos en agosto de 1865, cuando un niño de siete años llegó a la Enfermería Real de Glasgow con una fractura múltiple en una pierna después de ser atropellado por un carruaje. Ingresar con un problema tan grave en un hospital era prácticamente una sentencia de muerte. Las fracturas simples se podían tratar sin cirugía, pero las múltiples, con fragmentos de hueso que perforaban la piel, eran propensas a infecciones. Después de la operación, Lister limpió cuidadosamente la zona dañada con gasas empapadas en ácido carbólico y la cubrió con una lámina de metal para evitar su evaporación. La infección no apareció. El ácido carbólico utilizado por Lister se obtenía destilando alquitrán de hulla a altas temperaturas. Era oscuro y tenía un olor penetrante, además de quemar la piel. Con el tiempo, Lister aisló el principal componente del ácido carbólico, el fenol, y creó una mezcla llamada "cataplasma de masilla carbólica", que consistía en fenol, aceite de linaza y caliza en polvo. Esta pasta se aplicaba sobre la herida, creando una barrera contra las bacterias. Además, Lister utilizaba una solución diluida de fenol al 5% para lavar la herida, los instrumentos quirúrgicos y las manos del cirujano antes y después de la intervención. El fenol, aunque tóxico incluso en soluciones diluidas, fue el primer antiséptico de la historia y cambió radicalmente el sombrío panorama hospitalario de la época.
Artículos relacionados