Magdalena Zurita: Legado de Francisco, justicia social y paz desde Cañadón Seco.
La reciente pérdida del Papa Francisco resonó en todo el mundo, dejando un vacío espiritual y moral. Sin embargo, su legado de humildad, ternura y justicia social continúa inspirando a individuos de diversos orígenes. Magdalena Zurita, una mujer santacruceña cuyo camino se cruzó con el del Papa, personifica este compromiso. Su historia, desde sus raíces en Cañadón Seco hasta su trabajo voluntario en la Villa 31 de Buenos Aires, es un testimonio del poder transformador de la fe, la solidaridad y la acción social. Este artículo explora la vida y el trabajo de Magdalena Zurita, destacando cómo el mensaje de Francisco la impulsó a construir paz y a defender los derechos de los más vulnerables.
Raíces Santacruceñas: La Formación de una Vocación
Magdalena Zurita nació y creció en Cañadón Seco, un pequeño pueblo en la provincia de Santa Cruz, Argentina. Su infancia, marcada por la igualdad y la comunidad, sentó las bases de su vocación de servicio. Recuerda con cariño una escuela pública donde convivían hijos de ingenieros y policías, un microcosmos de la sociedad donde las diferencias sociales se desdibujaban en el juego y el aprendizaje. Este ambiente de inclusión y respeto mutuo fue fundamental en su formación.
La influencia de su madre, catequista activa en la parroquia local, también fue crucial. Magdalena experimentó la catequesis no como una obligación religiosa, sino como una oportunidad para llevar mensajes de Jesús y realizar acciones concretas en favor de los demás. Esta experiencia temprana la conectó con la dimensión social de la fe, despertando en ella un deseo de ayudar a quienes más lo necesitaban.
Su participación en grupos scouts, misiones y tareas solidarias en la Patagonia reforzó su compromiso con los más vulnerables. Acompañar a adultos mayores que vivían en precarias condiciones en los cerros fue una experiencia dura pero formativa, que le enseñó la importancia de la empatía y la solidaridad. El frío y la pobreza eran parte del paisaje cotidiano, pero también lo era la calidez humana y la fuerza de la comunidad.
El ejemplo de su padre, involucrado en la política y el sindicalismo con una mirada de justicia social, también influyó en su desarrollo. Magdalena aprendió a entender que existen otros, que hay una sociedad que merece vivir en paz y con derechos. Este compromiso político y social familiar se sumó a su formación religiosa y comunitaria, consolidando su vocación de servicio.
El Encuentro con la "Iglesia Pobre entre los Pobres"
El camino de Magdalena hacia el compromiso social y espiritual se intensificó al llegar al Vaticano a través de su trabajo voluntario en la Villa 31 de Buenos Aires, junto al padre Guillermo Torre, un miembro destacado del movimiento de curas villeros impulsado por el propio Papa Francisco. En este contexto, Magdalena experimentó de primera mano la "Iglesia pobre entre los pobres", una realidad que la marcó profundamente.
La Villa 31, uno de los asentamientos más grandes de Buenos Aires, le reveló una riqueza humana basada en la solidaridad, la humildad y el amor. Allí, Magdalena conoció a personas que, a pesar de las dificultades, mantenían la esperanza y la capacidad de compartir lo poco que tenían. Esta experiencia la inspiró a seguir un camino de compromiso social y espiritual, buscando formas de aliviar el sufrimiento y promover la justicia.
El padre Guillermo Torre, un referente del trabajo pastoral en los barrios marginales, fue un mentor importante para Magdalena. Él le transmitió la visión de una Iglesia cercana al pueblo, comprometida con la defensa de los derechos humanos y la construcción de una sociedad más justa e inclusiva. Su influencia fue fundamental para que Magdalena profundizara su compromiso con los más vulnerables.
La experiencia en la Villa 31 le permitió comprender la importancia de escuchar las voces de los excluidos, de entender sus necesidades y de trabajar junto a ellos para encontrar soluciones a sus problemas. Magdalena aprendió que la verdadera transformación social requiere un compromiso constante y una actitud de servicio desinteresado.
Peregrinación y Encuentro Personal con el Papa Francisco
Después de completar una maestría en Estudios de Paz en Japón, Magdalena decidió emprender una peregrinación por Italia como una forma de introspección y reencuentro personal. Recorrió mil kilómetros a pie, reflexionando sobre su vida y su vocación. Este viaje le permitió conectar con su interior y fortalecer su compromiso con la paz y la justicia.
Al llegar a Roma, gracias a la mediación del padre Guillermo, Magdalena tuvo la oportunidad de asistir a una misa privada del Papa Francisco en Santa Marta. Este encuentro fue profundamente conmovedor para ella. Pudo saludar personalmente al Papa, quien le transmitió su mensaje de esperanza y su llamado a la acción.
El encuentro con Francisco confirmó en Magdalena la figura del Papa como un líder espiritual y humano que trascendía lo religioso. Admiraba su mensaje ambiental, social y de justicia, que resonaba en ámbitos académicos internacionales. Francisco, para Magdalena, era un ejemplo de humildad, ternura y valentía, un pastor que caminaba junto a su pueblo.
La experiencia de conocer al Papa Francisco de cerca la inspiró a seguir trabajando con aún más entusiasmo en la construcción de un mundo más justo y solidario. Magdalena sintió que su vocación de servicio se fortalecía con cada palabra y cada gesto del Papa.
El Legado de Francisco: "Hacer Lío" con Ternura y Coraje
Tras el fallecimiento del Papa Francisco, Magdalena expresó su dolor, pero también su compromiso con continuar su legado. Afirmó que Francisco fue un maestro que les enseñó que el cambio empieza en su "metro cuadrado", en las pequeñas acciones cotidianas que pueden transformar la realidad.
Magdalena, inspirada por el Papa, remarca la necesidad de construir paz con coraje y ternura. Recuerda la frase de Francisco: "A veces hay que hacer lío", pero siempre en el marco de la paz y el amor. Para ella, esta frase significa que no se puede permanecer indiferente ante la injusticia, que es necesario alzar la voz y defender los derechos de los más vulnerables.
La espiritualidad, para Magdalena, es un pilar fundamental en su trabajo. Reconectar con Cristo desde la parroquia, desde el hogar, rezando, le da luz y fortaleza para seguir adelante. Cree que somos comunidad y que no estamos solos en esta lucha por la paz y la justicia.
Finalmente, Magdalena reivindica la humanidad como espacio de encuentro y comprensión mutua. Reconoce que todos tenemos nuestras sombras, pero que esas imperfecciones nos hacen más fuertes, porque nos permiten entender el dolor del otro. Su trabajo comunitario, iniciado en su Cañadón Seco natal, sigue siendo una fuente de inspiración y un recordatorio de la importancia de construir un mundo más justo y solidario.




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