Ricardo Lovera: El Médico que Revolucionó el Tratamiento de Quemaduras en Mineros Patagónicos
Corría el año 1974, Ricardo Lovera transcurría su último año de residencia en el Hospital Italiano, cuando le propusieron venir a trabajar a Río Turbio, un lejano pueblo en un rincón de la Patagonia Austral donde la realidad sanitaria era compleja y no había traumatólogos, una especialidad clave para una actividad que se desarrolla principalmente en los socavones de donde se extrae el carbón, que por esos años estaba en su apogeo de producción. La ecuación era implacable, a mayor producción mayor riesgo de accidentes, los que en general eran graves, cuando no, fatales. Lovera tomó la decisión de su vida, dejar Buenos Aires e instalarse en Río Turbio para cumplir con él asumió como un mandato: frenar el padecimiento de decenas de mineros postrados por las severas lesiones producto de los accidentes en la mina, e impedir que a futuro las mutilaciones y la agonía sean el único remedio para los accidentados.
Primeros Pasos en Río Turbio
A los pocos meses el doctor Lovera tuvo su primera experiencia extrema: una explosión en la mina dejó once muertos y un tendal de heridos, a los que tuvo que asistir con los escasos recursos con que contaba el hospital en esos años, y que lo llevó casi instintivamente, o "como una iluminación", según él, a apelar a una práctica inédita en esos años: el injerto de piel de cerdo en cuerpos humanos. "Fue como una verdadera medicina de guerra".
La Propuesta y la Decisión
Yo llegaba siempre muy temprano al Hospital Italiano. Era una costumbre, casi una necesidad. Me había convertido en una especie de rata de hospital. Un día, caminando por el pasillo, me crucé con el doctor Guillermo Vázquez, un médico del staff que también iba temprano. Yo estaba ya en el último año de la residencia, terminando la especialidad. Me dijo: ´Menos mal que te encuentro. Mirá, me derivan casos de Río Turbio, del yacimiento carbonífero. Están con un problema muy serio. Hablé con el doctor Blacher, (Jorge Américo) que es el director del Hospital de Río Turbio y me dijo que, por favor, si podía gestionar que vaya un especialista para allá por la cantidad de accidentes y de secuelas´.
Me contó que en Río Turbio había muchos politraumatizados, con grandes fracturas expuestas, que en general los amputaban a todos. Venía un médico de de Chile del ejército que sabía amputar y venía y los amputaba directamente, en ningún momento se intentaba hacer ningún tipo de salvataje de los mismos, ¿no?. Después me dijo, ´Quería hablar especialmente con vos. Te he visto operar columna con mucha destreza y tenés una personalidad firme, y allá hay mucho traumatismo de columna´.
El Viaje y la Recepción
Me quedé dando vueltas como una semana. Me costaba conciliar el sueño pensando en esto, hasta que un día digo, bueno, voy a hacer lo siguiente, voy a viajar al Río Turbio porque tenía un tiempito libre de vacaciones. Voy a viajar como turista y andar en la zona, y en base a eso decidiré.
Me acompañaron mi madre y un hermano. Y nos largamos. Era un viaje muy largo, muy difícil. Pero vinieron en coche. ¡No, no. En coche! Desde Buenos Aires. Yo tenía un un Dodge 1500 de esa época. Era nuevo, pero bueno, tardamos como una semana para llegar. Bravo, ripio, muy difícil. Pero llegamos.
Apenas llegué tuve mi primera sorpresa. Nos alojamos en una hostería en Julia Dufourt, en la Hostería del Puente. Y ahí ya tuve mi primera sorpresa porque no pasó ni una hora y me cayó la prensa. El señor Ramón Lozano, él tenía un diario que se llamaba Creencias, ´usted es el médico´, me dice, y me sacó una foto, ´voy a hacer un artículo con usted´, me comentó.
Cuando leo el diario aparecía un gran speech sobre mí, diciendo, ´ojalá que sé quede´. Después salí a recorrer la zona, saqué fotos a hospitalito antiguo, era chiquito. El entorno era una zona virgen, los cerros verdes, recuerdo que uno entraba por un campo que se llama prima



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